Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

sábado, 14 de diciembre de 2013

MAQUIAVELO, EL EX-REPUBLICANO. 500 AÑOS DE "EL PRÍNCIPE"



El pasado día 10, hoy hace cuatro días, una conocida carta de Nicolás Maquiavelo cumplió 500 años. El pensador florentino, en su retiro forzado de Sant'Andrea in Perccusina, marginado por el retorno de los Médicis al gobierno de Florencia, se dirigía a su amigo Francesco Vettori citándole de pasada el opúsculo que estaba escribiendo. La referencia constituye el primer testimonio del nacimiento de El Príncipe, por lo que el departamento de Historia de la Filosofía, Estética y filosofía de la cultura de la Universidad de Barcelona celebró -en conmemoración- una jornada internacional muy interesante en la que tuve ocasión de escuchar al gran experto italiano en Maquiavelo. En tanto el florentino dejo dicho que había querido escribir “sin palabras magníficas” y sin retórica, era especialmente oportuno que la conferencia que abrió la jornada llevara precisamente por título “Un Príncipe sin retórica”. El ponente, el profesor de literatura medieval italiana Francesco Bausi, de la Universidad de Calabria, verá traducido al español en breve su estudio, y la verdad es que -por lo que pude escuchar- promete.


Desde el primer minuto de su ponencia, el profesor Bausi denunció cómo el nacionalismo y la consideración del personaje como humanista han “sepultado” al verdadero Maquiavelo. Hemos considerado a Nicolás un “sumo filósofo”, decía, incluso le hemos tratado de “inventor de la ciencia política” hasta el punto de convertirle en el “anticipador del pensamiento laico y libre”: hemos hecho de “El Príncipe”, en definitiva, el acta de nacimiento de la modernidad antropológica, filosófica y política, atribuyéndole, dijo el profesor Bausi, “un peso y una responsabilidad excesivas”. Urge pues, continuaba, sumergir el texto en su tiempo, y en la biografía de su autor, un fino y realista observador de la política gracias al observatorio privilegiado que le facilitaron sus años de experiencia diplomática al servicio de la república florentina. Esa es la hoja de servicios que agitaba ante los Médici cuando escribía “El Príncipe”. Decía Franceso Bausi con sorna que si, siguiendo la tradición de los “Espejos de Príncipes” escritos en el pasado, Maquiavelo les hubiera recomendado ser justos y virtuosos, nadie -conocedor de su curriculum- le hubiera tomado en serio. Y es que su opúsculo constituye un análisis realista de la política de su tiempo hecho con un estilo directo y sin “palabras ampulosas y solemnes” ni circunloquios ni sofisticadas figuras literarias; en parte porque su experiencia le había proporcionado la capacidad de analizar fríamente las situaciones, informar a sus superiores con precisión y actuar con resolución.

Dicho de otro modo, no parece que “El Príncipe” sea un ensayo especulativo, ni la obra de “un cultísimo erudito, un brillante retórico o un docto filósofo académico”. Maquiavelo no es Picco della Mirandola! Ni contratarle acrecentaba el prestigio y la magnificencia de los Médicis, ni su compromiso con la república y el proyecto de milicias ciudadanas hacía de él un súbdito fiable, por lo que en 1512 fue uno de los dos únicos miembros de la cancillería que perdió su empleo. Con el mismo pragmatismo que le había caracterizado hasta entonces, mostró entonces sus credenciales ante los Médicis, lo que podría no constituir ninguna contradicción respecto a su trayectoria, puesto que quizá aspiraba a que ellos se convirtieran en el dique que contuviera “el poder excesivo y el miope conservadurismo de la vieja nobleza florentina” que celebraba el final de la República. Ese nuevo papel de intelectual orgánico, confirmado cuando las imprentas filomediceas publican su “Arte de la guerra” (1521), explica que, durante el efímero retorno republicano de 1527-1530, recién fallecido él, nadie le recuerde más que como un servidor de los Médicis. El profesor Bausi abundó en algunos ejemplos que demuestran cómo sus amigos le habían dado la espalda.

Pintado por Rafael. Al fondo, un recordatorio
de quien le protege...
También su opúsculo se volvió inservible muy pronto: había sido escrito para enseñar el verdadero arte del estado a Giuliano de Médici, ”un hombre apacible y culto, amante de las artes y de la poesía” pero sin experiencia política ni temperamento. En aquel momento parecía que su hermano Giovanni (León X) lo convertiría en un “Príncipe nuevo” al frente de un estado inventado para él. Sería lo que Maquiavelo llama en su libro un príncipe de los que “adquieren el estado con la fortuna y las armas de otros” y por tanto necesitan, para no perderlo, una acción política decidida y valiente. En ese sentido, César Borgia se convierte en el principal objeto de la atención de Maquiavelo: si aquel hombre, teniendo también un apadrinamiento papal, acabó como acabó, qué menos le podía pasar a otro, como Lorenzo, que no contara con su determinación, valor, habilidad o energía. Así que hace falta que el aspirante mediceo aprenda a “hacerse temer antes que amar; no tener miedo de ser juzgado cruel en lugar de clemente, transgredir los pactos cuando dejen de ser convenientes para el estado, o dedicarse con gran empeño a la disciplina militar”. Sin idealismos, Nicolás selecciona qué virtudes son necesarias para conducir bien el estado, y cuáles son inútiles, incluso nocivas, si se ejercen sin tener en cuenta las circunstancias concretas. No es que separe política y moral, decía el profesor Bausi, sino la “moral privada” del príncipe (que le concierte únicamente a él) y su moral “pública” (que afecta al estado). Con César Borgia no te irías de cañas, parece querer decir Maquiavelo, pero su gobierno -sin disculparle crueldades concretas- contribuyó al bien general: con unas pocas ejecuciones pacificó la Romaña. En cambio, la república florentina evitó intervenir en la lucha entre las facciones de la cercana Pistoya, dejando que se extendiera la devastación. Vista así, la crueldad del Valentino fue pues una virtud política y moral, y del mismo modo el gobernante avaro, que evita ser generoso, acabará siendo considerado liberal cuando no tenga que subir los impuestos para financiar tal prodigalidad. Estas paradojas que hacen del Valentino cruel un príncipe clemente, o del príncipe avaro un gobernante generoso, están reexaminando la ética tradicional y -como Erasmo en “El elogio de la locura”- atribuyen significados opuestos a verdades comúnmente reconocidas.

Lorenzo de Médicis, Duque de Urbino
El proyecto papal de otorgar un estado a su hermano Lorenzo de Médicis debió madurar en 1515, a juzgar por otra de las cartas enviada por nuestro Nicolás a Francesco Vettori informando de que tenía constancia de que Giuliano adquiriría un principado con Parma, Piacenza, y Módena: “Estos estados nuevos, adquiridos por un señor nuevo, se conservan con innumerables dificultades. Y si ya es difícil conservar los estados que están habituados a conformar un cuerpo unitario, (…) muchas más dificultades hay en mantener los que se han constituido recientemente con elementos diversos, como es el caso de éste de Giuliano”. En la misma misiva, Maquiavelo distinguía qué mecanismos facilitarían el mantenimiento de ese estado, de tal modo que el texto parece una especie de Príncipe 2.0. Sin embargo, Giuliano, enfermo, no llegó a poseer su principado; quien desde 1516 le hacía el relevo era Lorenzo de'Medici il Giovane, sobrino del pontífice y del mismo Giuliano, a quien nombraron capitán de las tropas florentinas y pontificias, y duque de Urbino. Ese mando único sobre todas las huestes mediceas permite a Maquiavelo presentarlo como redentor de Italia, escribir los capítulos que fueron leídos durante el Risorgimento como aspiración nacional y dedicarle el tratado al joven Lorenzo. Sin embargo, si Maquiavelo tenía buen rollo con el Medici poeta, difícilmente iba a tenerlo con el Medici militar, que no le prestó ninguna consideración.

La obra caducó pronto, porque las circunstancias que la habían convertido en un manual de autoayuda ad hoc habían prescrito al fallecer Lorenzo en 1519. Con fino olfato, el profesor Bausi advierte que al frente de la familia Medicis quedaban dos altos prelados (el Papa León y el Cardenal Giulio), que no podían convertirse en “príncipes” de Florencia y que “tenían mucho interés en mostrar moderación en el gobierno ciudadano a la espera de que los sucesores más jóvenes dela familia -Ippolito y Alessando-, hijos respectivamente de Giuliano y Lorenzo- consiguieran la mayoría de edad”. En ese contexto, la publicación de un libro como el Príncipe, dedicado a un Médici, hubiera sido impensable y contraproducente. El libro queda guardado en el cajón y Maquiavelo, consultado por el cardenal Giulio sobre la posible reforma constitucional de Florencia, recomienda excluir para la ciudad una solución principesca e impulsar un “gobierno mixto” de tipo republicano, “que asegure la representación de todas las clases sociales y que permita a los Médici una supremacía sólo indirecta y oculta”: aunque a mi juicio el ferviente republicano vuelve aquí a aparecer, como el Guadiana, lo cierto es que Francesco Bausi responde a la Escuela de Cambridge llamando “mito” a la consideración de Maquiavelo como tal. Parece, como decía Blanca Llorca en su réplica al profesor Bausi, que -pese a combatir los anacronismos- Skinner o Pocock pecaron de lo mismo cuando relacionaron El Príncipe con el pasado del autor y ni pensaron en que su cocción pudo continuar después de 1513. Francesco Bausi apuesta por una redacción dilatada en el tiempo, fragmentaria y nada compulsiva, y unos valores menos radicales. ¿Será la obra maquiaveliana, al final, continuadora de la cultura municipal oligárquica vulgar florentina del Quattrocento?